martes, 24 de septiembre de 2013

Testimonio de una monja de Pozoblanco con los más pobres en África. Pregón de feria 2013

"es una mujer de su tiempo, preparada, fuerte en su fragilidad, que toca la guitarra y canta, deportista, con sensibilidad, trabajadora, que actualmente asume cargos de responsabilidad en su congregación,… "


Mari Luna Escribano hizo un pregón de feria diferente. Nos habló de las ferias vividas durante su juventud en su pueblo y, sobre todo, llegó al corazón del público que llenaba el teatro “el silo” hablándonos a cada uno de nosotros de sentimientos y vivencias en su misión con los más pobres de África viviendo el evangelio de Cristo.


Nos habló de vida compartida, de pobreza, de felicidad, de sufrimiento, de humanidad cristiana y todo con sencillez, humildad y mucho AMOR.

Su hermano Juan Bautista Escribano la presentó con estas palabras:




Palabras de presentación de la pregonera
de la Feria y fiestas
de Nuestra Señora de las Mercedes

Teatro El silo, 21 de septiembre de 2013
 (Pozoblanco)




A la memoria de mi hermana Claudia.
Siempre.



En una familia tan numerosa -cumplidos los abuelos paternos Claudia y Juan y los maternos Antonio y María, cada uno con un nieto o nieta continuadores de su nombre y cumplidos así mismo los padrinos José y Rosa y san Francisco y san Luis -se esperaba el nacimiento de una niña, la menor de los nueve hijos de Juan Escribano y Francisca Cabrera, para que fuera portadora del  nombre de nuestra patrona la Virgen de Luna.


Señor alcalde, autoridades, hermanas y miembros de la comunidad Concepcionista, paisanos y paisanas, familia y personas que nos queréis, muy buenas noches.


El 29 de Mayo de 1973, en una calurosa Córdoba capital, porque aquel embarazo entrañaba no pocos riesgos y en Córdoba se disponía de más medios, nació María Luna. A los pocos días, con gran alegría para sus hermanos, regresan a Pozoblanco la tía Claudia (que -tan generosa- siempre se ofrece) y Juan y Francisca con su niña en los brazos.
Arrancaba Junio, un mes festivo y hasta mágico para los muchos niños de la familia, pues en él se celebraba, por todo lo alto, el santo de los dos abuelos: el 13 San Antonio y el 24 San Juan.

San Juan abría la puerta a las vacaciones escolares y a los calurosos veranos y, por las tardes, cuando apenas había terminado la siesta y empezaba a refrescar un poquito, la calle Doctor Rodríguez Blanco se convertía en un ir y venir de jóvenes, de muchachos y muchachas y de niños y niñas. Nunca por debajo de los cincuenta de la propia calle y algunos más si, como era habitual, acudían de las calles vecinas.

En el número nueve de esa calle (entonces  nº 27), en su huerto, en su patio y en lo que en otros tiempos fueron espacios para los animales: la cuadra o el gallinero,… en la cámara o en la bodega,… siempre encontraban cobijo los juegos y travesuras de muchos de aquellos niños y niñas: los de la casa ya eran bastantes y a ellos se unían los primos y los correspondientes amigos. ¡Esto parece una escuela! Era una expresión que -más de una vez- se le escapaba a cualquiera que visitara la casa en las horas –muchas cada día- en que la gente menuda se dedicaba a su tarea más importante que era jugar.
En la misma calle vivían los abuelos y los tíos lo que, sumado a las buenas relaciones de vecindad, hacía de ésta una familia de familias.

En sus primeros años de vida, sin que ella pudiera percibirlo, Pozoblanco estaba cambiando: muchos de los niños que ayer jugaban en la calle, hoy ejercían ya un oficio o se habían convertido en universitarios, algunos nunca más volverían a su pueblo; la gente canjeaba sus antiguas mesas paneras hechas a mano, por otras de formica con las patas niqueladas; las casas aún conservaban las puertas abiertas durante todo el día, pero eso iba a durar muy poco tiempo; se realizaban consultas en las urnas,… el futuro había comenzado a habitarnos.

El pueblo, la calle, el ambiente familiar en el que crecía Mari Luna era de tránsito. Todo se transformaba a un ritmo vertiginoso y ella y su generación iban a ser testigos y herederos de aquellos cambios.

A los tres años –cuando nuestra democracia daba sus primeros pasos- ella caminaba ya segura hacia el colegio La Inmaculada delas madres concepcionistas, para iniciar sus estudios de preescolar. Cada mañana, tras la recomendación de su madre, nunca le faltaba una mano a la que cogerse, para evitar los peligros de los coches (cuyo número ya comenzaba a dispararse) sobre todo al cruzar por el cuadro de Jesús. Y en ese colegio,          -¿Quién se lo iba a decir entonces?- de alguna manera, se quedó para siempre.





 Junto con las cartillas y las caligrafías, con las sociales y las mate, con los idiomas,… llegó emparejada una formación religiosa y humana que, a la postre, resultaría decisiva en su vida. 

Once años en los que se ponen las bases de todo lo que nuestra pregonera es hoy pero, a la vez, llenos de juegos, de amistades, de fiesta, deporte y de mucha alegría. La pequeñita de la casa, nunca una niña caprichosa o sobreprotegida, ha dejado atrás la niñez y se ha convertido en una adolescente que ya presenta los rasgos de una persona independiente, con ideas propias y a la que no es fácil bajar del burro.

En casa se practica mucho deporte, sobre todo baloncesto, de ahí la afición de Mari Luna que perteneció a los equipos femeninos del Club Baloncesto Pozoblanco, hasta que se marchó al noviciado. Esta faceta despertaría más de una sorpresa en alguno de los colegios por los que ha pasado, cuando los alumnos se topaban con una monja, que jugaba al básquet, con buenos fundamentos técnicos y que tiraba a canasta y encestaba más que aceptablemente. 

En el instituto Los Pedroches, junto con la exigencia y la responsabilidad en todo lo relativo a la formación académica se encuentra con los alicientes de la juventud y de la amistad… Esa panda –hoy mujeres con responsabilidades de muy diversa índole en nuestra sociedad- a las que todavía les encanta juntarse, que comenzaban a vivir y se divertían “Pisando fuerte”, como repetía la canción que, en aquellos primeros años noventa, consagró a Alejandro Sanz.

Y al terminar los estudios de bachillerato llega (para casi todos) la gran sorpresa: ¡Mari Luna se va de monja! A muchos, entre los que me incluyo, no nos cabía en la cabeza. O ser monja no era lo que nos pensábamos o Mari Luna había perdido el juicio completamente.

Pero no, precisamente recién terminada nuestra feria de 1991, con los últimos puestos de turrón haciéndose los remolones en la calle la feria y los ecos de las casetas y las dianas floreadas resonando aún en nuestros oídos. Con la maleta de sus 18 años, se marcha al noviciado de las concepcionistas en Marcilla (Navarra). Atrás queda su casa, su familia, la calle doctor Rodríguez Blanco, su colegio, sus amigas, su pueblo… atrás quedan unos padres apenados a la vez que dichosos porque, para ellos, aquel acontecimiento era y sigue siendo un regalo de Dios.

De todo su currículum, que vamos a saltarnos, sólo reseñamos que desde el 8 de septiembre de 1994, Mari Luna es religiosa concepcionista y desde esa fecha cuenta con el relevante -a la vez que humilde- título y nombramiento de SOR.

Sor Mari Luna no significa ninguna meta, al contrario, tras unos años de obligada formación (religiosa y académica) y paso por la Facultad de Teología de San Dámaso y los colegios de El Escorial, Segovia, Madrid, Toulouse… llega (año 2001) lo que ella ha estado esperando: ¡África! la República Democrática del Congo, Guinea, Camerún y, este año, de nuevo Guinea… Pero de eso no diré nada, pues seguro que va a ser materia de su pregón.

La mujer que a continuación os va a dirigir la palabra, es una mujer de su tiempo, preparada, fuerte en su fragilidad, que toca la guitarra y canta, deportista, con sensibilidad, trabajadora, que actualmente asume cargos de responsabilidad en su congregación,… pero que esta noche no está aquí por nada de eso o, quizás, por todo eso a la vez.
Hoy, se encuentra aquí -¡Ese es su mérito para ser nuestra pregonera!- porque eligió ser misionera, porque -para ella- África era algo más que el topicazo del continente negro, porque sus habitantes no son sólo esos niños desnutridos y anónimos que vemos en los telediarios, sino personas con un nombre y una historia y capacidad de sufrir y de ser felices y de amar y ser amados.

Este silo que, antes de convertirse en teatro, guardó durante años el fruto del trabajo agotador, humilde, callado y generoso de la gente del campo de nuestra tierra recibe hoy una cosecha singular y exclusiva, producida bajo el mismo sol pero, a la vez, muy cerca y muy lejos de aquí y que se nos regala en forma de pregón de feria de Mari Luna Escribano.

Os dejo con ella, con la certeza de que sus palabras no nos van a dejar indiferentes y de que, en este magnífico teatro que nos acoge, no siempre se tiene la oportunidad de escuchar a una mujer joven, con el bagaje tan especial que ella aporta a este complicado Pozoblanco de 2013.

Estoy seguro de que me he olvidado de muchos de sus méritos, de muchísimos aspectos relevantes de su persona pero, desde luego, no quiero que se me olvide –por si no lo habíais advertido- que la pregonera de esta feria es mi hermana Mari Luna, y me siento (nos sentimos todos tus hermanos) muy orgulloso de que sea así.

Muchas gracias por vuestra paciencia y vuestra atención y os dejo con ella.




Juan Bautista Escribano Cabrera.

Septiembre 2013


NOTA. En breve publicaremos el texto completo del Pregón que ya forma parte de la historia de Pozoblanco.

ENHORABUENA!

Antonio J Tamajón

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